Cuando los abuelos se vuelven recuerdos.
En su vocabulario no existía la palabra MUERTE, nunca habló de ella. Hace poco más de un año me pidió que me sentara a su lado y tuvimos una plática que duró horas, como siempre duraron todas nuestras pláticas. Me dijo que esa misma plática que íbamos a tener, ella la había tenido con su mamá (mi tatarabuela) antes de que ella se fuera. Me dijo que estaba cerca el momento en que ella se IRÍA DE VIAJE y necesitaba prepararme para ese momento porque a mí me dejaba su lugar. Sus instrucciones fueron claras, no se le escapó nada, me indicó desde la ropa que se quería llevar, hasta lo que quería que se hiciera con cada una de sus cosas.
Francisca Cruz Granados Rosas, mi bisabuela, nació el 4 de octubre de 1912, en ese entonces era presidente Francisco I. Madero y se vivía el Pontificado de Pio X, el país estaba revuelto a causa de la Revolución Mexicana. Me contaba que su mamá los escondía a ella y a sus hermanos detrás de una falsa pared de adobe para que los revolucionarios no se los llevaran.
También quedaban los rastros y añoranzas por el Porfiriato. Mi tatarabuela extrañaba la compañía y protección de Doña Carmen Romero Rubio, a la que vio por última vez cuando junto a Don Porfirio Díaz partió a su exilio en Francia. En honor a ella, el nombre CARMEN siempre ha estado presente en mi familia, además de la devoción que siempre ha habido por la Virgen del mismo nombre.
Son muchas las historias que ahora se agolpan en mi mente y quiero escribir esto para resguardar algunas de las que mi abuelita depositó en mí.
El 25 de junio de 1944 murió Carmelita Romero Rubio, el mismo día que se suicidó Lucha Reyes, una de las cantantes favoritas de mi abuelita. Años más tarde ella conocería y se haría amiga de la mamá de Lucha Reyes, una mujer de un carácter muy fuerte y a veces agresiva, como ella misma me contaba, "le gustaba tomar y ya cuando estaba borrachita contaba muchas cosas de su hija, de Lucha", todas esas cosas e historias que a mí me contó desde niño, mientras escuchábamos La tequilera, Por un amor o Mujer ladina.
A ella le tocó ver el paso de diez Papas y veinticinco presidentes. Le tocó ver la transformación absoluta del país. En esos primeros años no había luz, mucho menos teléfono y el agua la traían del río, cuando el Río Churubusco estaba en su esplendor. Vivió la época de Plutarco Elías Calles, vio cómo cerraron todas las iglesias y se prohibió el culto religioso, vivió toda la época Cristera y fue de la primera generación de mujeres que pudieron votar.
En 1943 se enteró de la impactante noticia del nacimiento del Paricutín, su fue a Michoacán, lo tenía que ver en vivo, caminó sobre la lava ya fría y se hincó a los pies del Señor de los Milagros, un Cristo, lo único que quedó de ese pueblo.
Yo nací en 1985 y desde ese momento nos volvimos compañeros inseparables. Me cuidó, me crió e inculcó en mí todas las tradiciones y creencias, de las que hoy me siento orgulloso. Cuando ya había yo cumplido un año, me llevó a conocer el mar, por primera vez me llevó a Veracruz y a partir de ahí y durante muchos años recorrí de su mano muchos lugares del país. Sólo los dos, ella y yo, recorrimos muchos, demasiados lugares, me enseñó a disfrutar lo placentero que es llegar a un pueblo e ir a comer a sus mercados, comer lo típico del lugar y valorar su artesanía. Para cada lugar que visitamos ella tenía una historia para contarme y esas se irán conmigo porque nadie más puede presumir de haber vivido todo esto a su lado.
Pasamos muchos años juntos, muchas horas estando los dos solos, me enseñó a entender y aceptar la muerte, esto cuando se fue mi abueilito y yo sólo tenía tres años y me tocó verlo morir y escuchar sus últimas palabras, las cuales fueron para mí. Aprendí con ella a rezar el rosario y también a cocinar. Ahora escucho constantemente su voz diciédome "Fíjate bien cómo se hace, porque cuando yo ya no esté tú serás el encargado de hacerlo" "Aprende bien a hacer las cosas y nunca dejes que nadie te venga a decir qué hacer y cómo hacerlo" "Cuando te digan eso no se hace así, tú les dices así se hace porque así me enseñó mi abuelita".
Ahora entiendo el por qué de mi carácter, esa forma de ser tan necio y poco tolerante, ya sé de dónde viene.
Fuimos compañeros y amigos, confiamos plenamente el uno en el otro, durante muchos años fui el único que podía tomar sus llaves y abrir su ropero. Cuando se enfermaba sólo tomaba las medicinas que yo le daba y de su parte nunca conocí la palabra NO.
Con los años llegó el bastón y ahora cuando camino por la calle me parece escuchar ese peculiar sonido del bastón a mi lado.
Todo por servir se acaba, eso siempre me decía y me tocó ver cómo se fue acabando todo. Después del bastón llegó la andadera, más tarde la silla de ruedas. Ya no era la mujer fuerte que iba por mí a la escuela, la que me cocinaba todo lo que a mí se me antojara. Ahora yo la tenía que ayudar a levantarse de la cama, ahora yo la tenía que llevar del brazo, ahora yo tenía que empujar su silla de ruedas. Me tocó cuidar los últimos pasos de quien cuidó mis primeros pasos.
Los últimos años fueron difíciles, era raro ya no verla caminando en el patio, era raro no ver el patio lleno de tierra y de las nuevas plantas que iba a plantar, era raro no escucharla gritarme porque ya me había preparado algo de desayunar, era raro ya no tener un regalo el día de mi cumpleaños.
Al final mi casa se había llenado de animales, parece que veía a todas sus mascotas, sí, las mascotas de más de cien años de vida ahora todos estaban en la casa y teníamos que darles de comer para que ella estuviera tranquila. Después inició un desfile constante de todos mis antepasados, tuvimos que aprender a convivir con su mamá, con sus hermanas, con sus comadres y compadres. Aprendimos a convivir con un desfile constante de personas muertas, quienes la acompañaron hasta el día en que ella se fue.
En aquella plática que tuvimos hace poco más de un año me dijo que las personas sólo mueren cuando se les olvida. Me pidió que no me olvidara de su mamá, mi tatarabuela, nunca la conocí porque murió cuarenta años antes de que yo naciera, pero me pidió que no la olvidara "ya todos se fueron, toda la familia de mi madre ya se acabó, sólo quedo yo y cuando yo me vaya su recuerdo se va a perder, por eso te pido que no te olvides de ella".
Desde ese día tengo esa tarea, recordar a mis antepasados, saber de dónde venimos.
De mi abuelita ya sólo puedo decir que me tocó estar a su lado en ese último momento, los dos solos, como estuvimos muchas veces. Se fue tranquila, su cara estaba llena de tranquilidad, era justo poder descansar, su cuerpo estaba muy cansado, aunque puedo decir que fue una mujer completamente sana hasta el último día. Se fue en la misma cama donde treinta años antes me despedí de mi abuelito. Cerré sus ojos y le di las gracias.
Los abuelos se van y nos dejan llenos de olores, sonidos y sabores. Hoy quiero que todos estos recuerdos me acompañen por el resto de mis días, no quiero olvidar ninguna de sus palabras, porque estoy seguro que mientras yo me acuerde de todo esto, ella vivirá en mí y estará a mi lado, pues no cabe duda que LOS ABUELOS NO SE VAN, SÓLO SE CONVIERTEN EN RECUERDOS.
Posted on 7/20/2018 04:29:00 p. m. by RAÚL and filed under | 0 Comments »
Francisca Cruz Granados Rosas, mi bisabuela, nació el 4 de octubre de 1912, en ese entonces era presidente Francisco I. Madero y se vivía el Pontificado de Pio X, el país estaba revuelto a causa de la Revolución Mexicana. Me contaba que su mamá los escondía a ella y a sus hermanos detrás de una falsa pared de adobe para que los revolucionarios no se los llevaran.
También quedaban los rastros y añoranzas por el Porfiriato. Mi tatarabuela extrañaba la compañía y protección de Doña Carmen Romero Rubio, a la que vio por última vez cuando junto a Don Porfirio Díaz partió a su exilio en Francia. En honor a ella, el nombre CARMEN siempre ha estado presente en mi familia, además de la devoción que siempre ha habido por la Virgen del mismo nombre.
Son muchas las historias que ahora se agolpan en mi mente y quiero escribir esto para resguardar algunas de las que mi abuelita depositó en mí.
El 25 de junio de 1944 murió Carmelita Romero Rubio, el mismo día que se suicidó Lucha Reyes, una de las cantantes favoritas de mi abuelita. Años más tarde ella conocería y se haría amiga de la mamá de Lucha Reyes, una mujer de un carácter muy fuerte y a veces agresiva, como ella misma me contaba, "le gustaba tomar y ya cuando estaba borrachita contaba muchas cosas de su hija, de Lucha", todas esas cosas e historias que a mí me contó desde niño, mientras escuchábamos La tequilera, Por un amor o Mujer ladina.
A ella le tocó ver el paso de diez Papas y veinticinco presidentes. Le tocó ver la transformación absoluta del país. En esos primeros años no había luz, mucho menos teléfono y el agua la traían del río, cuando el Río Churubusco estaba en su esplendor. Vivió la época de Plutarco Elías Calles, vio cómo cerraron todas las iglesias y se prohibió el culto religioso, vivió toda la época Cristera y fue de la primera generación de mujeres que pudieron votar.
En 1943 se enteró de la impactante noticia del nacimiento del Paricutín, su fue a Michoacán, lo tenía que ver en vivo, caminó sobre la lava ya fría y se hincó a los pies del Señor de los Milagros, un Cristo, lo único que quedó de ese pueblo.
Yo nací en 1985 y desde ese momento nos volvimos compañeros inseparables. Me cuidó, me crió e inculcó en mí todas las tradiciones y creencias, de las que hoy me siento orgulloso. Cuando ya había yo cumplido un año, me llevó a conocer el mar, por primera vez me llevó a Veracruz y a partir de ahí y durante muchos años recorrí de su mano muchos lugares del país. Sólo los dos, ella y yo, recorrimos muchos, demasiados lugares, me enseñó a disfrutar lo placentero que es llegar a un pueblo e ir a comer a sus mercados, comer lo típico del lugar y valorar su artesanía. Para cada lugar que visitamos ella tenía una historia para contarme y esas se irán conmigo porque nadie más puede presumir de haber vivido todo esto a su lado.
Pasamos muchos años juntos, muchas horas estando los dos solos, me enseñó a entender y aceptar la muerte, esto cuando se fue mi abueilito y yo sólo tenía tres años y me tocó verlo morir y escuchar sus últimas palabras, las cuales fueron para mí. Aprendí con ella a rezar el rosario y también a cocinar. Ahora escucho constantemente su voz diciédome "Fíjate bien cómo se hace, porque cuando yo ya no esté tú serás el encargado de hacerlo" "Aprende bien a hacer las cosas y nunca dejes que nadie te venga a decir qué hacer y cómo hacerlo" "Cuando te digan eso no se hace así, tú les dices así se hace porque así me enseñó mi abuelita".
Ahora entiendo el por qué de mi carácter, esa forma de ser tan necio y poco tolerante, ya sé de dónde viene.
Fuimos compañeros y amigos, confiamos plenamente el uno en el otro, durante muchos años fui el único que podía tomar sus llaves y abrir su ropero. Cuando se enfermaba sólo tomaba las medicinas que yo le daba y de su parte nunca conocí la palabra NO.
Con los años llegó el bastón y ahora cuando camino por la calle me parece escuchar ese peculiar sonido del bastón a mi lado.
Todo por servir se acaba, eso siempre me decía y me tocó ver cómo se fue acabando todo. Después del bastón llegó la andadera, más tarde la silla de ruedas. Ya no era la mujer fuerte que iba por mí a la escuela, la que me cocinaba todo lo que a mí se me antojara. Ahora yo la tenía que ayudar a levantarse de la cama, ahora yo la tenía que llevar del brazo, ahora yo tenía que empujar su silla de ruedas. Me tocó cuidar los últimos pasos de quien cuidó mis primeros pasos.
Los últimos años fueron difíciles, era raro ya no verla caminando en el patio, era raro no ver el patio lleno de tierra y de las nuevas plantas que iba a plantar, era raro no escucharla gritarme porque ya me había preparado algo de desayunar, era raro ya no tener un regalo el día de mi cumpleaños.
Al final mi casa se había llenado de animales, parece que veía a todas sus mascotas, sí, las mascotas de más de cien años de vida ahora todos estaban en la casa y teníamos que darles de comer para que ella estuviera tranquila. Después inició un desfile constante de todos mis antepasados, tuvimos que aprender a convivir con su mamá, con sus hermanas, con sus comadres y compadres. Aprendimos a convivir con un desfile constante de personas muertas, quienes la acompañaron hasta el día en que ella se fue.
En aquella plática que tuvimos hace poco más de un año me dijo que las personas sólo mueren cuando se les olvida. Me pidió que no me olvidara de su mamá, mi tatarabuela, nunca la conocí porque murió cuarenta años antes de que yo naciera, pero me pidió que no la olvidara "ya todos se fueron, toda la familia de mi madre ya se acabó, sólo quedo yo y cuando yo me vaya su recuerdo se va a perder, por eso te pido que no te olvides de ella".
Desde ese día tengo esa tarea, recordar a mis antepasados, saber de dónde venimos.
De mi abuelita ya sólo puedo decir que me tocó estar a su lado en ese último momento, los dos solos, como estuvimos muchas veces. Se fue tranquila, su cara estaba llena de tranquilidad, era justo poder descansar, su cuerpo estaba muy cansado, aunque puedo decir que fue una mujer completamente sana hasta el último día. Se fue en la misma cama donde treinta años antes me despedí de mi abuelito. Cerré sus ojos y le di las gracias.
Los abuelos se van y nos dejan llenos de olores, sonidos y sabores. Hoy quiero que todos estos recuerdos me acompañen por el resto de mis días, no quiero olvidar ninguna de sus palabras, porque estoy seguro que mientras yo me acuerde de todo esto, ella vivirá en mí y estará a mi lado, pues no cabe duda que LOS ABUELOS NO SE VAN, SÓLO SE CONVIERTEN EN RECUERDOS.