Pero te digo adiós...
Nos conocimos un día de agosto de hace casi veinte años. Aún recuerdo esa primer imagen tuya: como siempre llegaste tarde y entraste al salón de clases cuando todos ya estábamos en él; tu cabello, alborotado y esponjado, era el primer indicio del desenfado y rebeldía que siempre te caracterizaron; y tu cara mostraba un enorme enojo, nunca fuiste capaz de ocultar ninguno de tus sentimientos, ya con el tiempo confesarías que ese día odiabas al mundo, ya que te habían cambiado de escuela en contra de tu voluntad.
No recuerdo cómo fue nuestro primer saludo, pero sí sé que desde que nos dimos la mano, hasta el día en que te fuiste, nunca volvimos a soltarnos.
Teníamos muy pocos años, pero muchas ganas de que nos pasaran cosas, de tener historias para contar.
Anécdotas hubo muchas, pero la que más recuerdo es aquella de la primaria, tal vez la primera, la que más de mil veces contamos muertos de risa, es esa anécdota la que tal vez resume lo que fue nuestra amistad. Enojada, porque yo me negaba a jugar contigo, me aventaste en la cara un hot cake lleno de cajeta y chochitos de colores; al instante quisiste echarte a correr, pero alcancé a agarrarte del cabello, recogí los pedazos de hot cake del suelo, los embarré de tierra y te los restregué en la cara. Nos quedamos viendo fijamente, los dos muy enojados, ese pudo ser el final de nuestra naciente amistad, pero en ese instante, en esos breves segundos, nos identificamos y nos reconocimos en el otro, supimos que los dos estábamos igual de locos; empezamos a reír y terminamos por darnos un abrazo, ahí supimos que no habría nada capaz de hacernos enojar ni de separarnos, supimos que podíamos darnos un abrazo lleno del cariño más sincero que conocimos y a la vez darnos una cachetada para regresarnos a la realidad cuando hiciera falta.
Pasaron muchos años, nos tocó ser testigos de cómo crecimos, siempre escuchamos eso de que crecer duele, pero nosotros no supimos de eso, pues siempre estábamos del otro lado del teléfono para poder burlarnos del mundo cada que se nos daba la gana,
Un día dejó de sonar el teléfono, nunca entendimos por qué, simplemente un día dejamos de buscarnos, ya después entendimos que ese tiempo había sido necesario para que cada uno por su lado viviera algunos de los momentos más decisivos de nuestras vidas.
El reencuentro fue en el Sanborns de los Azulejos, el mismo lugar donde tantas historias se escriben. ¡Qué impresión tan grande nos llevamos al descubrirnos tomando café y fumando sin parar! Habíamos crecido, nuestra plática ya no era la misma, pero nosotros sí, parecía como si nos hubiéramos visto un par de día antes. Ese café duró horas y nos pusimos al corriente de todo lo sucedido en ese tiempo.
Después de ese café agarramos nuestras maletas y nos fuimos al Cervantino, desde esa vez ya nunca se nos hizo regresar a Guanajuato y te confieso, como te lo dije muchas veces, que me duele pensar en volver a caminar esas calles. Octubre de 2007 ¡Cómo olvidarlo! Cada uno de nosotros estaba viviendo un momento de ilusión, aún recuerdo tu cara, llena de esa picardía que te caracterizaba, cuando frente a la Universidad de Guanajuato me preguntaste lo que tanta curiosidad le daba a tus amigos, no a ti, sólo a ellos, me dijiste. Desde ese entonces nos dimos cuenta que nos pasaban cosas similares al mismo tiempo, las circunstancias de ese viaje hicieron que nos identificáramos más y ahora te digo que cuando lograste tu objetivo a mí no me fue igual y aún hoy sigo teniendo esa deuda con el pasado. Aún sigo guardando ese cigarro que me trajiste de Canadá y que te prometí que lo fumaría un día especial, ese día está ya por llegar. El Cervantino de este año sería especial, lo planeamos desde un año antes, decretamos que sería una experiencia diferente y que nuevamente estaríamos ahí, pero ya no se nos hizo regresar.
Es imposible enumerar cada recuerdo que tengo contigo, fuiste mi mayor constante, mi cómplice, mi amiga, mi confidente, mi hermana.
Fueron muchas las calles que caminamos, muchos parques en los que nos sentamos a soñar, muchos cafés que convirtieron en risas muchas de nuestras lágrimas, muchos secretos que cada uno ya guardará para siempre.
Compartimos tantas y tantas cosas. Fuiste mi mayor soporte durante muchos años y gracias a ti conocí a personas que hoy puedo llamar amigos, logramos formar un pequeño pero incondicional grupo. Cada noche en casa de Diego, en tu parque, en nuestros cafés de siempre, cada una de esas noches ya se queda guardada en mi corazón para siempre
Ha pasado un año y sigo soñando contigo, sigo escuchando tu voz, sigo teniendo ganas de marcarte cada vez que pasa algo, sigo sabiendo lo que me contestarías ante cada una de mis locuras y lo sorprendida que estarías ahora por las decisiones que he ido tomando.
Te fuiste muy pronto, siempre supiste que así sería, y a pesar de ello soñábamos en cómo seríamos de viejitos, cómo seguiríamos sentados en la misma mesa del café de siempre imaginando lo que pasaría con nosotros, deseando nuevas historias de amor para contarnos en cada café.
Me dolió mucho tu partida, ha sido tal vez el dolor más grande que he sentido en toda mi vida, nunca me había destrozado tanto una despedida, ese momento en que te dije adiós me cayeron encima muchas cosas y mi mente estaba en otro lado, por eso no fui capaz de cumplirte las cosas que me habías pedido que hiciera si te ibas antes que yo.
No sé por qué te fuiste así, tan de prisa, no sé por qué ya no tuvimos esa comida que se quedó pendiente justo para el día que te fuiste. Se me quedó clavada la última imagen tuya, el día de nuestro último café, te llevé a tu casa, te bajaste del taxi y antes de entrar a tu casa volteaste a verme y con tu mano me dijiste adiós, me gritaste "háblame cuando llegues para seguir platicando". Esa fue nuestra despedida, así nos dijimos adiós y no puedo quitarme de la mente ese momento en que con tu mano me dijiste adiós.
Ha pasado un año y apenas voy empezando a entender un poco de lo que pasó, no hay día en que no piense en ti, aunque a veces siento que muchas cosas se me han olvidado, pero no, todos los recuerdos ahí están, unos se van quedando dormidos y me sigue costando trabajo acostumbrarme a hablar de ti en pasado.
Hubiera querido abrazarte más, hubiera querido decirte lo mucho que te quise, hubiera querido darte las gracias por todo lo que vivimos, pero desde el primer día me ha quedado la tranquilidad de saber que siempre supimos lo mucho que nos queríamos, que siempre fuimos incondicionales, que nuestro cariño fue sincero, desinteresado y a prueba de todo.
Ha pasado un año, un año en el que te he ido acompañando de alguna manera, en tus misas de cada mes, hablando de ti, recordándote. Pero sabes que siempre creímos en aquello de cerrar ciclos, siempre supimos que era necesario cerrar un círculo para poder seguir adelante.
No recuerdo cómo fue nuestro primer saludo, pero sí sé que desde que nos dimos la mano, hasta el día en que te fuiste, nunca volvimos a soltarnos.
Teníamos muy pocos años, pero muchas ganas de que nos pasaran cosas, de tener historias para contar.
Anécdotas hubo muchas, pero la que más recuerdo es aquella de la primaria, tal vez la primera, la que más de mil veces contamos muertos de risa, es esa anécdota la que tal vez resume lo que fue nuestra amistad. Enojada, porque yo me negaba a jugar contigo, me aventaste en la cara un hot cake lleno de cajeta y chochitos de colores; al instante quisiste echarte a correr, pero alcancé a agarrarte del cabello, recogí los pedazos de hot cake del suelo, los embarré de tierra y te los restregué en la cara. Nos quedamos viendo fijamente, los dos muy enojados, ese pudo ser el final de nuestra naciente amistad, pero en ese instante, en esos breves segundos, nos identificamos y nos reconocimos en el otro, supimos que los dos estábamos igual de locos; empezamos a reír y terminamos por darnos un abrazo, ahí supimos que no habría nada capaz de hacernos enojar ni de separarnos, supimos que podíamos darnos un abrazo lleno del cariño más sincero que conocimos y a la vez darnos una cachetada para regresarnos a la realidad cuando hiciera falta.
Pasaron muchos años, nos tocó ser testigos de cómo crecimos, siempre escuchamos eso de que crecer duele, pero nosotros no supimos de eso, pues siempre estábamos del otro lado del teléfono para poder burlarnos del mundo cada que se nos daba la gana,
Un día dejó de sonar el teléfono, nunca entendimos por qué, simplemente un día dejamos de buscarnos, ya después entendimos que ese tiempo había sido necesario para que cada uno por su lado viviera algunos de los momentos más decisivos de nuestras vidas.
El reencuentro fue en el Sanborns de los Azulejos, el mismo lugar donde tantas historias se escriben. ¡Qué impresión tan grande nos llevamos al descubrirnos tomando café y fumando sin parar! Habíamos crecido, nuestra plática ya no era la misma, pero nosotros sí, parecía como si nos hubiéramos visto un par de día antes. Ese café duró horas y nos pusimos al corriente de todo lo sucedido en ese tiempo.
Después de ese café agarramos nuestras maletas y nos fuimos al Cervantino, desde esa vez ya nunca se nos hizo regresar a Guanajuato y te confieso, como te lo dije muchas veces, que me duele pensar en volver a caminar esas calles. Octubre de 2007 ¡Cómo olvidarlo! Cada uno de nosotros estaba viviendo un momento de ilusión, aún recuerdo tu cara, llena de esa picardía que te caracterizaba, cuando frente a la Universidad de Guanajuato me preguntaste lo que tanta curiosidad le daba a tus amigos, no a ti, sólo a ellos, me dijiste. Desde ese entonces nos dimos cuenta que nos pasaban cosas similares al mismo tiempo, las circunstancias de ese viaje hicieron que nos identificáramos más y ahora te digo que cuando lograste tu objetivo a mí no me fue igual y aún hoy sigo teniendo esa deuda con el pasado. Aún sigo guardando ese cigarro que me trajiste de Canadá y que te prometí que lo fumaría un día especial, ese día está ya por llegar. El Cervantino de este año sería especial, lo planeamos desde un año antes, decretamos que sería una experiencia diferente y que nuevamente estaríamos ahí, pero ya no se nos hizo regresar.
Es imposible enumerar cada recuerdo que tengo contigo, fuiste mi mayor constante, mi cómplice, mi amiga, mi confidente, mi hermana.
Fueron muchas las calles que caminamos, muchos parques en los que nos sentamos a soñar, muchos cafés que convirtieron en risas muchas de nuestras lágrimas, muchos secretos que cada uno ya guardará para siempre.
Compartimos tantas y tantas cosas. Fuiste mi mayor soporte durante muchos años y gracias a ti conocí a personas que hoy puedo llamar amigos, logramos formar un pequeño pero incondicional grupo. Cada noche en casa de Diego, en tu parque, en nuestros cafés de siempre, cada una de esas noches ya se queda guardada en mi corazón para siempre
Ha pasado un año y sigo soñando contigo, sigo escuchando tu voz, sigo teniendo ganas de marcarte cada vez que pasa algo, sigo sabiendo lo que me contestarías ante cada una de mis locuras y lo sorprendida que estarías ahora por las decisiones que he ido tomando.
Te fuiste muy pronto, siempre supiste que así sería, y a pesar de ello soñábamos en cómo seríamos de viejitos, cómo seguiríamos sentados en la misma mesa del café de siempre imaginando lo que pasaría con nosotros, deseando nuevas historias de amor para contarnos en cada café.
Me dolió mucho tu partida, ha sido tal vez el dolor más grande que he sentido en toda mi vida, nunca me había destrozado tanto una despedida, ese momento en que te dije adiós me cayeron encima muchas cosas y mi mente estaba en otro lado, por eso no fui capaz de cumplirte las cosas que me habías pedido que hiciera si te ibas antes que yo.
No sé por qué te fuiste así, tan de prisa, no sé por qué ya no tuvimos esa comida que se quedó pendiente justo para el día que te fuiste. Se me quedó clavada la última imagen tuya, el día de nuestro último café, te llevé a tu casa, te bajaste del taxi y antes de entrar a tu casa volteaste a verme y con tu mano me dijiste adiós, me gritaste "háblame cuando llegues para seguir platicando". Esa fue nuestra despedida, así nos dijimos adiós y no puedo quitarme de la mente ese momento en que con tu mano me dijiste adiós.
Ha pasado un año y apenas voy empezando a entender un poco de lo que pasó, no hay día en que no piense en ti, aunque a veces siento que muchas cosas se me han olvidado, pero no, todos los recuerdos ahí están, unos se van quedando dormidos y me sigue costando trabajo acostumbrarme a hablar de ti en pasado.
Hubiera querido abrazarte más, hubiera querido decirte lo mucho que te quise, hubiera querido darte las gracias por todo lo que vivimos, pero desde el primer día me ha quedado la tranquilidad de saber que siempre supimos lo mucho que nos queríamos, que siempre fuimos incondicionales, que nuestro cariño fue sincero, desinteresado y a prueba de todo.
Ha pasado un año, un año en el que te he ido acompañando de alguna manera, en tus misas de cada mes, hablando de ti, recordándote. Pero sabes que siempre creímos en aquello de cerrar ciclos, siempre supimos que era necesario cerrar un círculo para poder seguir adelante.
Hoy quiero despedirme temporalmente de ti, hoy a un año de tu partida, te doy las gracias por todo lo vivido y todo lo bebido, por todo lo reído y todo lo llorado, por ser mi eterna compañera de vida, aunque la vida haya sido muy poca. Gracias mi Mechita, duerme y descansa, ya cuando llegue el día de volvernos a ver estoy seguro que nos abrazaremos y nos pondremos al corriente de todo lo sucedido, como si sólo hubiera pasado un día sin vernos.
Te quedas como uno de los recuerdos más bellos de toda mi vida, el cariño más sincero que he conocido.
Te quiero por siempre.