Adiós mi amiga.
Meche:
Hace algunos años escribiste un texto, el cual dedicaste a hablar de mí, en aquel entonces utilizaste unas palabras que hoy yo quiero tomar para comenzar a hablar de ti: "Qué mejor que la niñez para comenzar toda una historia, mejor dicho, para conocer toda una vida. Así es justamente como comenzó la nuestra, largas horas detrás de un auricular contando sueños que se han convertido en lágrimas, historias de desamor y sonrisas que aún no terminan por contarse".
Y es que así fue nuestra historia, nuestra vida. Los últimos dieciocho años de mi vida los pasé más cerca de ti que de cualquier otra persona, compartimos nuestros secretos, nuestros planes y nuestros sueños, porque desde pequeños se nos dio eso de soñar.
Cuando entramos a la secundaria comenzamos a imaginar el camino que finalmente tomamos, tú soñabas con ser reportera y yo con dedicarme al teatro, eso siempre parecía algo muy lejano, pero con tu eterna sonrisa me decías "claro que lo vamos a lograr y un día yo te voy a tener que entrevistar". Lo cierto es que nunca me entrevistaste, tal vez porque no hacía falta, no había nada de mí que no supieras.
El tiempo pasó y nos distanciamos por un momento, nunca hubo un motivo, simplemente un día el teléfono dejó de sonar, pero ambos añorábamos ese reencuentro, añorábamos esas pláticas llenas de interrupciones, ya que tú atendías tu tienda y yo la farmacia.
Y el tiempo nos unió de nuevo, ahora en Guanajuato y con la fiebre del Cervantino, ya no éramos los mismos niños que se habían visto por última vez hace años, ahora en lugar de frutsis y cazares compartíamos el café y los cigarros, los dos nos confesamos el fuerte impacto que nos causó ver fumar al otro y nos pusimos al corriente de todo lo sucedido en esa pausa que duró años.
Desde ese Cervantino y hasta el día de tu partida jamás volvimos a separarnos, fuimos cómplices de mil locuras, de las ideas más descabelladas, de nuestros secretos más profundos y compartimos esa vieja costumbre de dedicarnos a soñar.
Yo sé que soñabas con casarte, con tener una hija, la que se llamaría Regina. Sabíamos que Regina sería morenita, de cabello chino y esponjado y sería heredera de esa sonrisa grande y franca; y me prometiste que ella tendría un teléfono en su recámara y que jamás sería regañada por pasarse horas enteras al teléfono hablando con su mejor amigo. Ya no nos dio tiempo de conocer a Regina, ni sus chinos, ni a su mejor amigo.
Planeábamos hacer una gran fiesta este año, porque como decíamos, es el año en el que llegamos al tercer piso.
Decíamos que de seguro llegaríamos a viejitos y seguiríamos en la misma mesa tomando café y tratado de imaginar cuál sería nuestro futuro, pero algo teníamos por seguro: pasaran los años que pasaran, seguiríamos juntos, apoyándonos y siendo los eternos cómplices y confidentes.
Una noche antes de que te fueras intercambiamos mensajes, quedamos en vernos al día siguiente para comer juntos y ponernos al corriente de todos los chismes de la semana, porque ambos teníamos mucho qué contarnos. Esa comida nunca llegó y me dejaste aquí, solo, sin tener a quién contarle todo lo que te quería decir.
Yo sé que ahora me ves y me escuchas y ya saber todo lo que te quería contar, pero yo me quedé con las ganas de escucharte, de saber lo que pensabas de mis locuras.
Meche, te fuiste muy pronto, qué mala jugada nos hiciste, pero ahí estuvimos todos, ahí nos reencontramos con todos, porque siempre fuiste el lazo que nos unió.
Estoy en paz, porque siempre estuvimos seguros del cariño que nos tuvimos, porque nunca dejamos de demostrar que pase lo que pase ahí íbamos a estar el uno al lado del otro. Te quise, te quiero, te lo demostré y lo mismo recibí de tu parte.
Cuando ibas a hacer una entrevista de trabajo me hablabas y me decías "prende una velita, reza por mí" (siempre creímos firmemente en lo que de niños nos enseñaron, sabíamos que los tiempos y decisiones de Dios son perfectos), pero ahora me tocó prender una velita y rezar por ti en el momento más decisivo para ti en esta vida, pero ahí estuve y aquí estamos, a tu lado hasta el último momento.
Siempre recurría a ti cuando algo me dolía y ahora qué hago si eres tú la que me duele. Siempre que tenía algún problema luego luego te buscaba y me ponía a llorar contigo, tú hacías lo mismo. Y desde que recibí esta noticia he llorado por ti como no te imaginas, como jamás he llorado por alguien y ya no está tu hombro y ya no puedo mandarte un mensaje diciéndote que me marques porque estoy pasando el peor momento de mi vida.
Siempre supe que nos quisimos, siempre tuve claro que eras mi mejor amiga, pero nunca alcancé a comprender la inmensidad del cariño que te tuve. Me dueles y lloro a cada rato, en cada silencio, después de cada carcajada. No sé cómo acostumbrarme a hablar de ti en pasado cuando has sido mi presente más constante. No sé hasta cuándo se acaben las lágrimas y no sé cómo acostumbrarme a que ya no estás, no sé cómo acostumbrarme que durante el día ya no suene mi teléfono, no sé cómo caminar las mismas calles de siempre sin escuchar tu vos, pero sí sé que eres el más bello recuerdo.
Hay cosas que yo no comprendo, no entiendo por qué ya no estás, pero sé que Dios así lo quiso y como siempre dijimos, debemos aceptar lo que Él disponga y que se haga su voluntad. Yo sé que ahora ya estás mejor, llena de esa paz y tranquilidad que tantas veces platicamos.
No me queda más que agradecerte por todo lo que compartimos, por ser mi más grande amiga, por estar siempre para mí. Y sobre todo quiero darle gracias a Dios por ponerte en mi camino, por dejarme estar cerca de ti estos dieciocho años y por regalarme ahora al más grande angelito que puedo tener.
Te llevas una parte de mi vida, contigo se fue una gran parte de mi historia, de mis secretos, de las sonrisas y me dejaste una terrible soledad, muchos planes sin cumplir, la mayor confusión y el más grande dolor de mi vida.
Qué falta me vas a hacer, pero algún día nos volveremos a ver y nos estaremos riendo como siempre.
Gracias por tantos recuerdos, por todo lo vivido, por todo lo reído, por estar siempre a mi lado para apoyarme.
Buena viaje Meche. Adiós mi Mechita. Adiós mi amiga del alma. Que tu camino esté lleno de luz.
Descansa en paz.
Te quiero siempre.
Raúl